claroscuro: contraste acusado entre la luz y las sombras de un cuadro
querido guille:
salgo contigo de casa de arturo y presenciamos algo que todavía no soy capaz de verbalizar. debe ser la una y media de la mañana y me acompañas hasta embajadores, me aprietas la mano entre los jerséis. llevas una caja con un peluche de paloma dentro. intentamos hablar de otras cosas, comentamos la noche, pero sé que no dejamos de pensar en lo que acabamos de ver.
cuando nos despedimos pienso en patricia, este fin de semana ha venido a verla su hermana a madrid, me manda una foto de ella con sus dos hermanos. son idénticos. debe estar dormida ahora, pienso. nunca he visto a patricia dormida. los ojos del gato siguen en mi retina, fijos, pero ahora intento pensar en jimene y los poemas que me ha enseñado porque también son poemas de alguien que ha salido de noche y vuelve a casa solo. las auroras en los soportales, o algo así. esto es brutal, le he dicho, haz algo con ello. supongo que es lógico que si me encanta su música me encanten también estos poemas que acaba de enseñarme.
uno nunca deja de hacerse amigo de sus amigos. de repente, en noches como esta, descubres algo que no sabías o alcanzas un nivel de conversación al que no habías llegado antes. aunque, más que logros, son estados que vamos sorteando juntos. pienso en ello mientras recuerdo la sonrisa de sayri, que sin duda ha sido diferente esta noche a otras. antes de marcharme le he dicho: estás distinto y él ha ampliado todavía más su sonrisa al escucharlo.
me he reído con pablo como pocas veces esta noche. le conozco desde hace, no sé, más de diez años y sé que a veces chocamos, incluso nos enfadamos mucho, pero no hay nada como escucharle contar una buena anécdota. su capacidad narrativa, su mirada pícara en los momentos clave. se le da tan bien hacerlo que nunca me canso de que me cuente historias. disfruto pocas cosas como ese momento en el que se acerca a mí y sé que me va a contar alguna movida que me va a hacer la noche. la alegría de que me escoja como receptora de sus historias por un rato.
unas gotas de sangre entre el pelaje negro del gato. nos fijamos en que todavía respira. sí, pestañea, dices tú.
carlos me dice que ha tenido una experiencia mística yendo a correr y me la cuenta por mensajes. los voy leyendo con los dedos helados de vuelta a casa. no le contesto todavía porque con ciertas experiencias de felicidad el lenguaje también se clausura. ¿cómo consigue él contarlo tan bien? ¿es por esto que me hago amiga de la gente? ¿porque me enamoro de su capacidad para contarme cosas?
a la mañana siguiente me cuentas que has tenido pesadillas y aunque sé con qué has soñado, te pregunto. yo todavía no he sido capaz de contárselo a nadie. termino de trabajar y cojo el metro a colonia jardín, paso por delante de una casa que tuvo mi nombre escrito en un buzón y paso de largo. me encanta empezar el paseo por casa de campo desde este punto, llegar al lago de los patos, cruzar hasta el lago grande y volver por madrid río a casa. es un camino que he hecho muchas veces. me quedo mirando a una ardilla que no parece asustarse porque me pare a mirarla. le hago un vídeo para ti. desde aquí madrid no es tan madrid. detrás de estos árboles tan inclinados que parece que se me van a caer encima intuyo los edificios de siempre, pero puedo olvidarlos por un rato. paso por delante del zoo y pienso en el tigre blanco deprimido que vi con jorge. ¿qué hace este sitio abierto todavía? ¿por qué nuestra forma de estar vivos pasa siempre por dominar a otros?
somos como virus, dice mi madre mientras paseamos por madrid río con duna. microorganismos insignificantes en este universo. tiene razón. y miro a duna, paseando tan contenta, saludándose con otros perros por el camino. «¿cómo es posible que haya en nosotros tantas cosas inarmónicas y desparejas, como si fuéramos viejos cajones en los que los objetos se acumulan al azar, sin criterio?» se pregunta emanuele trevi en dos vidas. ¿cómo puede ser que en nosotros esté el horror y su contrario? ¿el dominio genocida y el amor que se queda a acariciar un gato que agoniza en la acera?
¿cómo conviven la ternura innegable de unos ojos todavía vivos, que no comprenden, y las manos que lo lanzan al vacío?
te quiere,
alejandra.