querido guille:
el fin de semana pasado estuve muy triste. tuve un breakdown de los gordos, ya lo sabes, lo estuvimos hablando: uno de esos que te hacen dudar de todo lo que te rodea. cuando estoy ahí siento que es una corriente lo que me arrastra e ir a la contra se convierte en un ejercicio que me deja agujetas durante semanas. no sé si es más conveniente a veces dejarse arrastrar y ver donde me deja, no lo sé todavía. también vamos aprendiendo a tolerar estos días y algunas veces no queda otra que esperar que pase pronto. pero ocurre que me cuesta manejar el amor cuando me encuentro inmersa en esto. es más difícil (mucho más difícil) amar a los demás cuando se está triste, inseguro, cuando todo son dudas, también, sobre el amor de los demás.
necesitas acercarte a ellos, sin embargo, probablemente nunca cuesta más hacerlo. es fácil hacer acercamientos erráticos, que los demás difícilmente entienden y pueden interpretar como lo que son: una petición de ayuda. mandas un mensaje, pero al mismo tiempo dices que estás bien. te encuentras mal pero tampoco tanto. pides ayuda pero no dejas el espacio suficiente para que nadie pase.
no solo me siento más lejos de los demás cuando estoy triste: el glitch se instala en una mirada que tiñe todo lo que toca de su propio tono. mis amigos están lejos, mi pareja está lejos, pero todas las cosas que amo también lo están. dios también está más lejos. me cuesta más entender la distancia de las cosas por el exceso de atención que le presto a todo lo que media entre lo otro y yo. en esos días la distancia es la única certeza que manejo.
mientras pasaba la tristeza del fin de semana, apareció en tuiter este poema de louise glück
suele ocurrir que, aunque a veces cuesta más, amar siempre es un ejercicio que sale a cuenta. no tengo muy claras las formas de las que podemos amar cuando estamos tristes. quizá sean algo menos luminosas, ensimismadas, torpes, pero mientras podamos intuirlas (nosotros o los demás), estarán bien. coger de la estantería una novela que llevábamos tiempo con ganas de leer y que nos mantiene concentradas durante la tristeza, enviar un mensaje cariñoso a alguien, arreglar la casa, dormir un par de horas más. eso fue lo que me pasó el fin de semana pasado cuando cogí klara y el sol de la estantería. creo que fue tu amiga paloma la que me la recomendó una noche que cenamos en lavapiés, hablándome de la relación entre la robot y su deidad.
la novela de ishiguro empieza con una imagen tan bella que después solo puedes quedarte: el robot esperando al sol a través del cristal del escaparate de la tienda en la que también espera que alguna familia la lleve consigo.
no sé exactamente cómo se conforman los restos del amor, como esas sombras que dejan en el suelo las lámparas del techo cuando se apagan las luces. es como seguir caminando a ciegas, solo porque crees en ello, aunque no estés seguro en absoluto de que la dirección en ese momento sea la correcta. seguir poniendo el amor en ejercicio sin ninguna seguridad, por convicción.
pero es difícil dirigirse al otro cuando uno está irremediablemente en el cuerpo: cuando llora, está cansado, irritado. cuando se siente encerrado en sí. filón de alejandría habla de la “imposibilidad absoluta de referir predicados a la esencia divina -absolutamente mutable e incognoscible- y la necesidad de acceder al conocimiento de lo uno, si bien dentro de los límites de la experiencia humana’’. experiencia más limitante si cabe en la tristeza. porque cuando estamos tristes no hay forma de escapar al cuerpo, de dirigirnos a lo otro y contemplarlo.
durante el glitch lo otro se distorsiona, el cuerpo y su tristeza ocupan todo el espacio de nuestra capacidad de percepción y el amor se convierte en un ejercicio difícil, más misterioso todavía y más necesario. no sé cómo nos querremos durante el glitch, pero sigo segura de que lo intentaremos y de que, aunque nos decepcionemos, tendremos nuevas oportunidades de hacerlo mejor.
te quiere,
alejandra.